jueves, 1 de octubre de 2009

HORA DE COMER EN LA OBRA DOS MESES ANTES DE LA MUERTE DE PASCAL MONTORO
Miaole
Tres vacas, tres. Dos cerdos. Media hectárea de huerta. Una casa para nueve. Y por supuesto participación en la cosecha de arroz. A porcentaje. Pero no es muy rentable el arroz en Wuan Pin, por culpa de las carreteras. Pocos camiones llegan hasta el valle. Del otro lado de las montañas es más fácil vender el arroz. Están cerca de Songyon, la capital de la región. Pero nosotros tenemos que contentarnos que comerciar con las aldeas. Eso sí, de comer no nos falta allí. Pero el que no quiere trabajar en los campos de arroz se tiene que ir. Como yo. Y al final para terminar poniendo un ladrillo sobre otro. Porque para pasarme horas friendo nems, prefiero estar en la obra.
Mi familia se quedó con las vacas, los cerdos y el huerto. Y a cambio me dieron a la abuela. Es verdad que fue a ella a quién se le metió en la cabeza de venir conmigo. Decía que yo era el que más la necesitaba, que los otros ya tenían a sus mujeres para ocuparse de ellos. Mi padre primero se opuso, pero cuando se le mete algo en la cabeza a la abuela no hay quién le lleve la contraria. Y al fin y al cabo son dos camas menos en vez de una. Yo estoy contento que la abuela se haya venido conmigo. Ahí donde la ves tiene más recursos que todos nosotros juntos. Bueno eso ya lo sabéis.
Y ninguno de los dos tenemos nostalgia de la aldea. Ella lo mira todo aquí con la misma mirada que tenía allí. Nunca sabes lo que piensa. Eso sí, los números los tiene bien aprendidos. Va ella sola al mercadillo, coge de mi cartera lo que necesita para las compras y deja las vueltas en la mesita del salón.
Y yo tampoco pienso mucho en la aldea. Cuando llegué solo pensaba en los planos de los jefes de obra. Me empeñé en copiarlos en casa. De todas las obras en que he estado. Ahora ya sé hacer planos sin copiarlos. Eso nunca podría haberlo aprendido en la aldea.
Pero a veces cuando estoy trabajando en una obra alta y solo tengo el cielo sobre la cabeza, y de repente sopla una brisa, cierro los ojos y me creo que estoy sembrando arroz en las tierras del valle.

Djibril
Yo vivía en una casa hecha de adobe, pero hace tanto tiempo que ya casi no me acuerdo. Vacas no tenía ninguna. Cerdos tampoco, no podía ser. Lo que sí tenía era una prometida. La última vez que la vi cumplía quince años, aunque ya era toda una mujer. Se llamaba Fatoumata. Me gustaría decirte como era pero no lo recuerdo. Sus rasgos se me han mezclado con los de todas las otras mujeres. Me ocurre de soñar con ella, y alguna vez, en mis sueños, Fatoumata es blanca como la leche.
Y eso es todo, no tenía nada más. Bueno sí, un montón de hermanos y primos y tíos. Y un padre que guardaba sus pocas pertenencias con uñas y dientes, incluso de sus propios hijos. Así que me fui. Me hice pasar por senegalés para conseguir la nacionalidad francesa. Y los cretinos me la dieron.
¿Y tú Daniel? ¿Tú que tenías en tu tierra?

Daniel
¿En mi tierra? ¿Y cuál es mi tierra? La de algunos de mis antepasados eran tres acres de regadío en la Sierra de Gata, cerca de Cáceres, pero de eso hace ya más de ochenta años, y no la pudieron disfrutar mucho. Las fueron comprando con el dinero ganado durante años en viejas fábricas francesas, ahorrando cada franco para tener un futuro tranquilo. Y cuando al fin volvieron al pueblo para disfrutar de sus tierras en el 36 estalló la Guerra Civil y lo tuvieron que vender todo a cualquier precio y volverse a París para salvar la vida.
Para otros de mis antepasados su tierra era un pabellón en el este de Bagnolet. Esa dejó de serlo por deudas del taller de mármol en la crisis de no sé qué año.
¿Y la mía? Pues no lo sé cuál es mi tierra. A lo mejor cuando la encuentre me da por comprar vacas y cerdos. Pero por el momento no la tengo y lo único que me ocupa la cabeza es que esta obra quede perfecta, aunque sea pequeña, y que Pascal Montoro deje de ponernos la zancadilla para que podamos seguir trabajando. ¿Por qué le joderá tanto que hayamos creado nuestra propia empresa de construcción? ¿Será porque ya no nos tiene de rodillas delante suyo pidiéndole un aumento de sueldo? ¿O porque le vamos a arrebatar unas pocas migajas de su gran pastel? Eso es lo que me preocupa ahora y no puedo pensar en otra cosa.

Yusuf
¿Os he hablado alguna vez de Abd al-Rahman? Perdóname Dios mío de no haberles hablado nunca de él.
Hermanos, Abd al-Rahman es para muchos el más grande de los reyes de Al Ándalus. Fue él quien salvó a la dinastía de los Omeyas de la desaparición y la convirtió en propietaria del paraíso. Cuando toda su familia fue aniquilada por el califa Abul Abbas, allá en oriente, sólo Abd al-Rahman escapó para cumplir su destino. Durante cinco años recorrió el norte de África, desde Irak hasta Marruecos, huyendo de sus enemigos, hasta llegar a las costas de Al Ándalus y allí reunir a Árabes y Bereberes bajo un solo reino del que él sería Emir.
Y guardó aquel reino hasta su muerte utilizando la violencia, la crueldad, el miedo, pero también la justicia y el respeto de las otras creencias, y sus descendientes conservaron su herencia durante siglos en la paz sangrienta que estableciera Abd al-Rahman.
Pues escuchadme bien, compañeros de penurias, todos somos Abd al-Rahman. Como a él nos han obligado a abandonar nuestra casa, nuestras tierras, se han atacado a nuestras familias y nos han forzado a emigrar a otro país. Como él hemos tenido que recorrer el mundo sin saber a dónde ir. Y como él hemos encontrado una nueva patria, y nos la hemos ganado a fuerza de sudor y persistencia.
Hermanos, todos somos Abd al-Rahman, y siguiendo su ejemplo debemos luchar para crear un reino que poder legar a nuestros hijos. Ese es el destino que importa, el de nuestros hijos, porque el nuestro ya está marcado hasta el final de nuestros días. Y nosotros, como él, pasaremos a la historia con el sobrenombre de “El Emigrante”.

1 comentario:

  1. Oye, me está gustando mucho. ¿Para cuando el próximo?.

    P.D. Cómo se nota que estáis en Europa, lo bien que hablan los albañiles, copón.

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